Corrígete a ti mismo antes de corregir a los demás

Chongxin    Provincia de Shanxi
Se dijo en una enseñanza: “Los líderes y los trabajadores deben tener un corazón amoroso, paciencia, comprensión y deben tratar a las personas de una manera correcta.


Deben manejar sus asuntos de acuerdo con los principios de la verdad y tratar a las personas de manera justa” (‘Doce asuntos urgentes que las iglesias de todas las áreas deben solucionar’ “Anales de la comunión y los arreglos de la obra de la iglesia (II)”). En el pasado, nunca prestaba mucha atención a los pasajes sobre comunión relacionados con la manera en que los líderes y trabajadores deberían comportarse de una forma humana, trabajar de acuerdo con los principios de la verdad y tratar a las personas de manera justa porque siempre creí que yo era bastante humana. No era como la mayoría de las personas traicioneras y falsas del mundo secular. También, desde que me convertí en líder, no había reprimido las opiniones de otros, ni excluido a nadie del diálogo. En estas circunstancias, me alababa a mí misma por ser honesta, justa e imparcial. Cada vez que escuchaba o veía que falsos líderes y trabajadores no trataban a las personas de manera justa o promovían a sus favoritos mientras que reprimían y excluían a otros, solía siempre despreciarlos. Pensaba que esos líderes y trabajadores debían ser verdaderamente inhumanos y, por lo tanto, no estaban calificados para servir como tales. Sólo después de algunas experiencias recientes que expusieron mi verdadera naturaleza y que me permitieron comprenderme mejor, me di cuenta de que no soy la persona íntegra y honesta que pensaba que era. En cambio, descubrí que trataba a las personas en base a las emociones y preferencias. Al buscar mi beneficio personal, era tan insidiosa, astuta, egoísta y venenosa como cualquier otra persona. Sólo a través del juicio y el castigo de la palabra de Dios me di cuenta de que la manera más beneficiosa, más justa y más imparcial de tratar a las personas es actuando de acuerdo con los principios de la verdad. Además, me di cuenta de la importancia crucial, como líder, de tratar a las personas de manera justa.
En junio del 2013, viajé a otra provincia para colaborar con algunos trabajos de la iglesia. En este distrito, una de las dos líderes era una hermana de mi ciudad natal, “la hermana A”. En el pasado, habíamos colaborado la una con la otra en varios trabajos y teníamos una muy buena relación. Como puedes imaginar, yo estaba llena de alegría al verla tan lejos de casa y después de tanto tiempo. La otra líder, “la hermana B”, acababa de ser elegida como líder y era más introvertida y con una mente firme. Había sido promovida justo cuando nosotros, los líderes, estábamos yendo al retiro para devociones espirituales. Y sucedió que las dos hermanas y yo terminamos haciendo nuestro retiro con la misma familia anfitriona. Dado nuestro pasado, la hermana A y yo éramos naturalmente, un poco más cercanas la una con la otra desde el comienzo. Las dos teníamos personalidades similares —las dos somos completamente extrovertidas— así que, naturalmente, yo estaba muy encariñada con ella y estaba dispuesta a cooperar si nos encontrábamos ante cualquier asunto. Más tarde, comencé a darme cuenta de que esta relación cercana no era ideal para nuestro trabajo y que no nos daría ningún beneficio mutuo, así que empecé a refrenarme de manera intencional, a rebelarme contra mi carne. En ese tiempo, estaba bastante preocupada porque las dos hermanas no trabajaban bien juntas; ambas tenían prejuicios. Cuando la hermana B se sentía limitada, deliberadamente estaba en comunión con ella y animarla y guiarla. También, intencionalmente, pasaba menos tiempo con la hermana A por temor a que la hermana B se sintiera excluida o triste. Cada vez que notaba que la hermana A había dejado al descubierto su carácter arrogante y egoísta, trataba con ella y la podaba sin ninguna duda. No la favorecía ni la protegía sólo porque las dos fuéramos buenas amigas… Pensaba que, al hacer eso, trataba a las hermanas de manera justa y de acuerdo con la intención de Dios. No me entendía a mí misma, pero Dios vio a través de mí. Durante los siguientes días, Él iba a revelar mi verdadera naturaleza satánica, a lanzar mi más profunda oscuridad a la luz del juicio.
Al comienzo de nuestro retiro, para asegurarnos de haber terminado con nuestro trabajo rápidamente y dedicarnos a las devociones espirituales, distribuimos el trabajo entre las tres por igual: la hermana A sería responsable de planear y llevar a cabo los asuntos externos, mientras que la hermana B y yo seríamos responsables de ocuparnos de todos los asuntos que surgieran en las iglesias. En un proyecto, yo no cumplía con mis deberes, no le comunicaba los detalles del proyecto a la hermana y dejaba que ella se las arreglara sola. Después de que ella había terminado el proyecto, tampoco revisé ni chequeé el trabajo y, como resultado, hubo algunos problemas con el proyecto. A raíz de ello, nuestra líder nos escribió una carta en la que indicaba nuestros errores e intenciones. Yo estaba extremadamente ofendida y pensé: Justo después de llegar aquí, cometo un error tan fundamental; ¡soy tan inútil y me he comportado como una completa idiota! ¿Qué pensará de mí la líder? ¿Dirá que me falta verdad y que no soy capaz de realizar el trabajo? Al pensar en de todo esto, sentí de repente un profundo resentimiento hacia la hermana. Me molestaba que me hubiera puesto en ridículo. En este nuevo ambiente, me negué a aprender de mis errores y no analicé mis errores para corregir mis equivocaciones. Además, no estaba dispuesta a cargar con la responsabilidad y, para preservar mi posición y mi reputación, fui en contra de mi buena consciencia e hice algo despreciable: puse toda la responsabilidad en la hermana. No podía creer haber actuado tan malvadamente; ¿qué clase de persona era yo? A esta altura, podía sentir el reproche del Espíritu Santo y la condenación que había en mi consciencia. Sin embargo, el corazón se me endurecía cuando pensaba en la manera como la hermana había dañado mi posición y mi reputación. No sólo fallé en ponerme al descubierto ante la hermana, sino que hasta la desprecié secretamente y comuniqué la palabra de Dios con mis intenciones ocultas. Si no estaba culpando directamente a la hermana, estaba encontrando una forma de escape de toda responsabilidad y culpándola para tratar de hacer que todos pensaran que el asunto era el resultado de su error. Incluso, juzgué a la hermana a sus espaldas: puse en duda que el Espíritu Santo obrara en ella y si era capaz de hacer este trabajo. Al final, recibí lo que me merecía: Dios me disciplinó y sufrí de llagas en la boca. Sin embargo, no cambié mi conducta, seguía firme en mi rebelión contra Dios y en el desprecio hacia la hermana. No practiqué la verdad y me volví una persona malvada, completamente incapaz de tratar a la hermana de manera justa. Puse una mirada de desaprobación en todo su trabajo; me parecía que ella no podía hacer nada bien. Hacía tiempo que yo había perdido el espíritu inicial de apoyo amoroso y la trataba con un afecto frío y serio. Yo sabía que había algo mal en mi actitud, pero mi naturaleza satánica no me permitía enfrentar los hechos ni hacerme responsable de mis errores. En cambio, utilicé mi posición para manipular y disciplinar a los hermanos y hermanas, a vivir de acuerdo al dicho: “donde manda capitán, no manda marinero”; esta, una máxima venenosa vomitada ciertamente de la boca del mismo gran dragón rojo. La forma en que traté a la hermana no era muy diferente al autoritarismo tiránico del mismo gran dragón rojo. En mis acciones, se podía ver el espantoso y desagradable rostro de Satanás revelado por completo. Al principio, la hermana no reaccionó negativamente. A pesar de ser tratada, trató de ver la intención de Dios y de entrar en un camino proactivo. Sin embargo, yo no podía dejarlo atrás: cuando algo me recordaba “el incidente” en nuestro trabajo actual, siempre sacaba a relucir el tema y trataba con ella. Gradualmente, la hermana se volvió menos proactiva en el trabajo. Dudaba en hacer algo por su cuenta y no cooperaba por completo. Cuando vi cómo actuaba, me enojé extremadamente. Luego, cuando quedó claro que las dos hermanas tenían problemas para colaborar, perdí todo el control. Pensé: vine a apoyar a las dos hermanas en su trabajo, pero en todo este tiempo no he sido capaz de resolver sus asuntos, ¿no me hace esto acaso un desperdicio? Seguí tratando con ambas y sentía que estaba llena de responsabilidades, pero todo era completamente inútil. Sin importar cuánto estuviera en comunión con ellas, parecía que no podía acomodar las cosas. Había sido incapaz de solucionar sus asuntos, y, aun peor, ambas tenían prejuicios hacia mí y se quejaban de que yo tenía favoritas. Ante esta situación, me encontraba completamente perdida. Había agotado mi propia capacidad y no había nada que pudiera hacer. Además, las dos me habían hartado y pensaba que todo era problema de ellas, porque no estaban dispuestas a practicar la verdad ni a hacer cambios positivos.
Al sentirme completamente sin esperanzas, oré a Dios buscando dirección. Durante la oración, recordé un pasaje en la comunión de los de arriba que dice: “En el pasado había dos dichos: ‘Corrígete a ti mismo antes de corregir a los demás y ‘¿Cómo puede alguien que está equivocado corregir a otros?’. Habla de tu propia experiencia. Al hacerlo, ayudas a otros y te corriges a ti mismo. Ayudas a otros corrigiéndote a ti mismo y, en el proceso, quizá corrijas a otros también. Es la mejor manera de hacer tu trabajo… Cuanto más recto seas, tienes más sentido de la justicia y hablas de manera más justa y recta, más personas te amarán, les encantará escucharte tu comunión y confirmar tus palabras. Ellos harán exactamente lo que les digas. Sólo vas a necesitar decir una palabra, y van a hacerlo de acuerdo con tus deseos. No importa lo que digas, nadie va a quejarse, aun si hablas con dureza… Si mantienes la rectitud, si tratas a las personas de manera justa y las ayudas siempre con un corazón amoroso, finalmente serás capaz de llevar a las personas a la verdad. Serás completamente capaz de llevar a las personas a la realidad de la palabra de Dios y Su salvación” (‘Cómo deben liderar y trabajar los líderes y trabajadores’ en “Comunicar y predicar acera de la entrada a la vida (I)”). Luego pensé en el siguiente pasaje de la palabra de Dios: “Sin Dios, las relaciones entre las personas son solamente relaciones de la carne. No son normales, sino que son indulgentes con los deseos físicos; son relaciones que Dios aborrece, que Él abomina. […] que no tienes una relación para nada normal con Dios. Estás tratando de engañar a Dios y cubrir tu propia fealdad. Incluso si puedes compartir algo de entendimiento, pero tus intenciones son erróneas, todo lo que haces es bueno sólo según los estándares humanos. Dios no te alabará, estás actuando de acuerdo a la carne, no de acuerdo a la carga de Dios. Si puedes tranquilizar tu corazón delante de Dios y tener interacciones normales con todos los que aman a Dios, sólo entonces eres apto para que Dios te use. De esta manera, sin importar cómo te relaciones con otros, no será de acuerdo a una filosofía de vida sino que será viviendo delante de Dios, estando atento a Su carga” (‘Es muy importante establecer una relación normal con Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). A través de la palabra de Dios y de la enseñanza del hombre, de repente me di cuenta de que si quieres tener éxito en tu trabajo como líder o trabajador, primero debes ser recto, debes ser capaz de tratar a los demás por igual, y tener una relación normal con Dios. Al estar en comunión con otros, deberías compartir tus experiencias personales sin ninguna segunda intención de ayudar a otros. Esta manera de actuar cumple con la intención de Dios y obtendrá la aceptación de las demás personas. Bajo la guía del Espíritu Santo, aquieté mi corazón y reflexioné sobre mi actitud hacia las dos hermanas: al principio pude darle un apoyo amoroso a la hermana recientemente promovida, pero eso sólo se debía a que nuestra situación no tenía nada que ver con mi ganancia personal. Cuando la hermana cometió un error que dañó mi reputación y mi posición, se reveló mi verdadera naturaleza. Al igual que la “bruja fea” del sermón número setenta y cinco, que, usando un palo o una daga, reprimía todo lo que se interponía en su camino. En la superficie, parecía que yo simplemente estaba lidiando con los asuntos del trabajo de la hermana, pero en realidad, me descargaba de mis propias frustraciones personales. Como resultado, hablé de una manera ruda y mordaz que la hizo sentir como si la estuviese despreciando o insultado. Cuando noté lo negativo que era recibir el trato para la hermana, no sólo que no sentí compasión por ella, sino que la traté con desprecio y repugnancia. Cuando me promovieron para llevar a cabo mis deberes, había muchas cosas que no entendía bien en ese momento. Limitada por mi propia reputación y posición, también vacilé al actuar y mi desempeño se vio afectado. Llegó a ser tan malo que con frecuencia me escabullía para llorar en privado; llegué a un punto en el que el Espíritu Santo dejó de obrar en mi interior. Sin embargo, mi líder y mis compañeros de trabajo nunca me despreciaron, trabajaron incansablemente para apoyarme y animarme hasta que finalmente me libré de esa situación difícil y sentí que surgía de nuevo. Sin embargo, cuando la hermana estuvo atravesando la misma clase de situación, hice caso omiso a mi propio pasado. No sólo no compartí mis propias experiencias en comunión para apoyarla, sino que también le eché toda la culpa, la golpeé cuando estaba caída y disfruté mi alegría por el mal ajeno. Recién en ese momento me di cuenta de la naturaleza vil de mi humanidad y de que mi supuesto “apoyo” a la hermana en el pasado había sido hipócrita e ilusorio. Como no era imparcial en mi corazón, no importaba cuán cariñosamente la tratara, ni lo pesada que fuera mi carga, yo no actuaba con un corazón verdaderamente amoroso ni la trataba de manera justa. Al haberla tratado de esta manera, ¿cómo esperaba que la hermana confiara en mí? En cuanto a la hermana con la que yo era más cercana, a pesar del hecho de que la trataba de forma estricta, seguía habiendo un componente emocional en nuestra relación. Jugué el papel de hermana mayor con ella. A veces la regañaba como un padre regaña a un hijo: me preocupaba cuando mostraba su corrupción, pero esta preocupación surgía de una conexión emocional. Yo estaba actuando de acuerdo con mi carne y estaba mostrando mi corrupción, no por ser una carga para Dios. Cuánto más actuaba de esta manera con la hermana, más profundo era el lazo emocional de nuestra carne. Esto no era útil ni beneficioso para la hermana. Fue entonces cuando identifiqué la raíz de la causa de mi fracaso para tener éxito en el trabajo: yo no tenía una relación normal con Dios. A pesar del hecho de que estaba en comunión con la palabra de Dios, cuando ayudé a las hermanas a solucionar sus problemas, seguía abrigando mi propia parcialidad y trabajando para proteger mis propios intereses carnales en lugar de dirigir mi corazón a Dios y trabajar para cumplir los deseos de Dios. Desde afuera, podría haber parecido que llevaba mi carga, pero en realidad, estaba engañando a Dios y cubriendo mi rostro feo. Dios no aprueba a aquellos que no tienen la intención correcta, así que no logré tener resultado y hasta fui contraproducente. A través de la reflexión, me di cuenta de que no soy una persona tan humana, justa y recta. De hecho, soy egoísta, astuta y una miserable malvada. En ese momento pensé en otra enseñanza de lo de arriba: “En las últimas epístolas, Pablo fue rápido para minimizar a Pedro. Cierta vez, hasta criticó a Pedro delante de una multitud. No se echaría atrás. Se sabe muy bien lo que sucedió… Ahora, ¿cómo calificó Pedro a Pablo? Dijo: ‘El hermano Pablo ha recibido la revelación de Dios, escuchen su testimonio del evangelio de Dios. Él ha recibido la revelación de Dios”. Pedro no sólo no ofendió a Pablo, sino que hasta lo llamó hermano. ¿Fue acaso el trato de Pedro hacia Pablo recto y justo? Lo trató de manera justa. El aprecio que sentía por Pablo era recta y justa. ¿Por qué mencionó Pedro las fortalezas de Pablo? Pedro era un hombre que había transformado el carácter de su vida, conocía a Dios y podía tratar a las personas de manera justa. Pablo, en cambio, era arrogante y engreído, y, en su delirio de grandeza, no se rendía ante nadie” (‘Qué clase de persona que será perfeccionada por Dios’ en “Comunicar y predicar acera de la entrada a la vida (VII)”). Cuando comparé mis propias acciones con las de Pedro y Pablo, me pareció que yo era aún peor que Pablo en todo sentido. Como una líder que enfrenta el manejo de problemas que surgen en nuestro trabajo, no sólo fallé en hacerme activamente responsable de esos problemas, guiar el camino para practicar la verdad, buscar la verdad con las hermanas, solucionar los problemas que aparecieran y proteger los intereses de la casa de Dios, sino que también insulté y herí a la hermana al buscar mi beneficio personal. Realmente, no había mejorado mi carácter en absoluto. Al mirar a la hermana: desde principio a fin, permaneció en una silenciosa aceptación, nunca trató de hacerme ningún problema. Su comportamiento fue un juicio para mí; una exposición de mi fealdad parecida a la de las ratas. Mis acciones eran menos que humanas; no había nada humano en lo que yo había hecho. Ciertamente, mi comportamiento no correspondía al de un líder.
Al reflexionar sobre todo esto, me sentí particularmente bajoneada. Anteriormente, siempre había pensado que era bastante humana y que trataba a las personas de manera muy justa. Al haber hecho cosas tan vergonzosas, sentí cada vez más temor. Si alguien fuera a pintar un retrato de mi horrenda alma, seguramente se parecería a una bestia vil de facciones angulosas con sangre goteando de su boca. Un día, leí el siguiente pasaje de ‘Cómo escribir un buen sermón’ en “Comunicar y predicar acera de la entrada a la vida (IX)”: “Aquellos que no aman la verdad son inhumanos, aquellos que odian la verdad son malvados”. Sentí un aguijón en el corazón, como si esta línea fuera el juicio de Dios sobre mí. Cristo y el Espíritu Santo gobiernan sobre la casa de Dios con justicia y rectitud: ¿cómo podrían tolerar la existencia de algo que no se ciña a la verdad? Todos los actos satánicos de injusticia deben enfrentar el juicio justo de Dios. Al pensar en mi propia maldad y falta de humanidad, mi consciencia me oprimió con acusación. Como vivía en oscuridad y dolor sin ninguna salida, no estaba segura de cómo enfrentar a las hermanas. Todo lo que podía hacer era ir ante Dios y buscar Su guía a través de la oración: “Querido Dios, estoy muy confundida y angustiada, he perdido el camino. No sé cómo enfrentar a las hermanas, y lo que es peor, no tengo idea de cómo cumplir con mis deberes. Te suplico que me ilumines en cuanto a este aspecto de la verdad”. Al haber completado mi oración, abrí el principio número 42 de los 162, “El principio sobre tratar a las personas de manera justa” y leí la siguiente palabra de Dios: “¿Qué exige la palabra de Dios como principio para tratar a los demás? Ama lo que Dios ama, odia lo que Dios odia. Es decir, las personas amadas por Dios que buscan realmente la verdad y que llevan a cabo la voluntad de Dios, son las personas a las que deberías amar. Aquellos que no llevan a cabo la voluntad de Dios, lo odian, le desobedecen, y son despreciadas por Él, son las personas a las que deberíamos despreciar y rechazar. Eso es lo que la palabra de Dios exige” (‘Conocerte a ti mismo requiere que conozcas tus pensamientos y tus visiones profundamente arraigados’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). “Respecto a las condiciones de las personas, unas se resistieron, algunas se rebelaron y otras se quejaron, incurrieron en una mala conducta, cometieron actos contra la iglesia o hicieron cosas que perjudicaron a la familia de Dios. Su final será determinado con respecto a su naturaleza y a toda la amplitud de su conducta. […] La conducta difiere de una persona a otra, de modo que cada cual debería considerarse de una forma exhaustiva según su naturaleza y su conducta personales” (‘Qué tipo de personas serán castigadas’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). “[…] estas relaciones no se establecen en la carne sino sobre el fundamento del amor de Dios. Casi no hay interacciones que se basen en la carne, pero en el espíritu hay comunión así como amor, consuelo y provisión de los unos para los otros. Todo esto se hace sobre el fundamento de un corazón que complace a Dios. Estas relaciones no se mantienen por confiar en una filosofía de vida humana, sino que se forman de una manera muy natural por medio de la carga de Dios. No requieren del esfuerzo humano; se practican a través de los principios de la palabra de Dios. […] Una relación normal entre las personas se establece sobre el fundamento de darle el corazón a Dios; no se alcanza por medio del esfuerzo humano” (‘Es muy importante establecer una relación normal con Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). En la predicación del hombre dice: “Deberíamos tratar a los hermanos y hermanas como miembros de la casa de Dios. Deberíamos demostrar aceptación, paciencia y amor. No deberíamos engañar ni ser prejuiciosos, sino tratar a todos de una manera equitativa y justa” (‘Cualidades que deberían poseer todos aquellos que sirven a Dios y cómo servir a Dios de acuerdo con Su intención’ en “Comunicar y predicar acera de la entrada a la vida (II)”). A través de la palabra de Dios y de la predicación del hombre, me di cuenta de que la verdadera manera de tratar a otros de manera justa es amando lo que Dios ama y odiando lo que Dios odia. Aquellos que buscan la verdad, y aman la verdad y llevan a cabo la voluntad de Dios son los hermanos y hermanas y aquellos a quienes debería amar. Incluso si fueran corruptos, se resistieran o hubieran hecho mal a la casa de Dios, uno debería tratarlos de forma correcta. Deberían ser pesados de acuerdo con su naturaleza, al alcance total de sus acciones y la situación en la que actuaron. No deberían ser juzgados en base a un incidente aislado. Este es el principio mediante el cual debemos tratar a otros de manera justa. Además, los hermanos y hermanas deberían ser tratados de igual manera y sin discriminación. Debemos cumplir con este principio sin importar si el hermano o la hermana nos gusta. Sólo de esta manera actuaremos de acuerdo con la verdad y con la voluntad de Dios. A través de esta experiencia, me di cuenta de que tratar a las personas de manera justa no es tan simple como pensaba. En el pasado, creía que el trato injusto significaba ser estricta y demostrar una actitud dura ante los demás. Pensaba que tratar a las personas con un corazón cálido y cariñoso era un trato justo. Hoy en día, a través de la palabra de Dios, me di cuenta de que sólo al evaluar las situaciones de acuerdo con la verdad y al tratar a las personas en base a los principios de la verdad podemos tratar a las personas de manera justa y de acuerdo con su verdadera esencia. No importa si adoptamos una actitud estricta o cálida, siempre y cuando actuemos de acuerdo con la verdad, estaremos siguiendo las intenciones de Dios. De lo contrario, vamos a obtener el odio de Dios y nuestras acciones no van a tener ningún beneficio para nadie. De esta manera, me di cuenta de que no había estado tratando a los demás de manera justa mientras hacía todas aquellas “buenas acciones” de acuerdo con mi carácter natural. En cambio, había actuado conforme a mis opiniones, preferencias y filosofías seculares. Protegía simplemente mi posición entre los hombres y cultivaba mi propia imagen. También noté que para tratar a las personas de manera justa, primero hay que tener una relación normal con Dios. Así, sin importar si uno apoya amorosamente a un hermano o hermana, o trata con ellos, las acciones hacia ellos tendrán el amor de Dios como base, no se las utiliza para mantener las relaciones entre las personas. El corazón de uno está orientado a Dios y establecido en la tarea de practicar la verdad, seguir las intenciones de Dios y cumplir Sus deseos. Está dispuesto a aceptar la revisión de Dios. Cuando uno pose tal amor, está libre de hipocresía, falso encanto, motivos o emociones de la carne. Ese amor representa una conexión espiritual verdadera, una aceptación mutua y amorosa. Sólo al tratar a las personas de esta manera, nos alineamos con el principio de la verdad y beneficiamos a toda la gente.
Más tarde, leí lo siguiente de otra enseñanza: “El trato justo hacia otros es un principio que todo líder debería poseer. Si traicionas este principio, demuestras que eres inhumano. […] Eres malintencionado y tienes un carácter moral bajo; lo cual habla de la raíz del problema. No estoy dispuesto a emplear a personas como esas” (‘Enseñanza y Predicación sobre la palabra de Dios “Debes considerar tus acciones” (II)’ en “Comunicar y predicar acera de la entrada a la vida (VII)”). “¿Cómo determinas si un líder está calificado? Primero, ¿habla él de una manera justa? Segundo, ¿trata a las personas de manera justa? Estos dos estándares son una clave absoluta. Si puede cumplir con estos dos estándares, es ciertamente una persona de integridad y está alineada con la intención de Dios. Si también posee un conocimiento de la verdad y sabe cómo practicarla, puedes estar seguro de que tendrá éxito en su trabajo” (‘Un resumen sobre ser una persona honesta: diez asuntos que toda persona debe solucionar para ser honesta y la importancia de ser honesto’ en “Comunicar y predicar acera de la entrada a la vida (V)”). A través de la lectura de estos pasajes, llegué a entender que el trato justo hacia otros es un principio que todo líder debe mantener. Sólo aquellos que son humanos y aman la verdad tendrán intenciones correctas, tendrán a Dios en su corazón, amarán al pueblo escogido de Dios y tratarán a las personas de manera justa y recta. Sólo esta clase de persona puede hacer justicia, conforme a la verdad en cada una de sus acciones y ganar la admiración de otros. Este tipo de persona tiene éxito en su trabajo naturalmente. En cuanto a los líderes inhumanos y mal intencionados, a menudo actúan como un funcionario del corte traicionero: no se preocupan en lo más mínimo de proteger los intereses de la casa de Dios ni de tratar al pueblo elegido de Dios con un corazón amoroso. Todo lo que hacen es traer calamidad a la casa de Dios. Así como estos malvados incitan la ira de las personas, los falsos líderes y los anticristos no sólo fallan en hacer un trabajo real, sino que también tratan a los hermanos y hermanas como simples sirvientes y los maldicen y maltratan. Con cualquier pretexto, reprimen, disciplinan, e incluso aíslan y expulsan a los hermanos y hermanas. Promueven a simples aduladores a la vez que reprimen el verdadero talento. Alborotan a toda la iglesia. Bajo la influencia de las tinieblas, los hermanos y hermanas se esfuerzan con sufrimiento y desesperación. No sólo no son cultivados ni cuidados, sino que se devastan sus vidas y se hiere profundamente su corazón. Cuanto más pensaba, más me horrorizaba. Me di cuenta de que si los líderes no tratan a los demás de manera justa, se causa un daño enorme. Si un miembro normal del pueblo elegido de Dios no es capaz de tratar a los demás de manera justa, puede provocar un perjuicio y enemistad mutua. Sólo va a afectar la condición y la entrada a la verdad de unos cuantos individuos. Por el contrario, si los líderes no son capaces de tratar a las personas de manera justa, se hiere y arruina directamente a las personas, se interfiere con la obra de la casa de Dios y es dañino para los intereses de la casa de Dios. En una enseñanza se dijo: “Para estar a la altura del rol de líder o trabajador para el pueblo escogido de Dios, deberías darle importancia a resolver los reales asuntos de los elegidos de Dios de acuerdo con la verdad de la palabra de Dios. Deberías ser capaz de resolver de manera justa toda clase de asuntos reales que enfrentan las iglesias, de tratar a las personas de manera justa y abstenerte de limitarse y ejercer dominio sobre el pueblo elegido. Es lo mínimo que los líderes y trabajadores deben alcanzar en todo nivel de la iglesia. Si una persona realmente busca la verdad, es seguro que sus acciones obtendrán la aprobación y el apoyo de los elegidos de Dios. Si una persona realmente posee la realidad de algo de la verdad, no va a exponer su propia arrogancia en cada oportunidad ni va a adoptar una posición de superioridad. Ciertamente no va a decir frases salvajes, ni ejercerá dominio sobre otros, no los atará, no les pondrá trabas ni los acusará al azar. En cambio, ayudará a los elegidos de Dios con un corazón tranquilo y amoroso. Dará consejos, alentará y guiará a otros en su conocimiento y práctica de la verdad. Con una cariñosa amabilidad, estará en comunión con la verdad para solucionar los problemas y obtener resultados. Esto es lo que significa ser un buen líder y trabajador. En estos días, algunos líderes y trabajadores no parecen tener la más mínima realidad de la verdad. Sin embargo, disfrutan en su arrogancia, hablan cosas absurdas y no tiene espacio en el corazón para Dios ni para Su pueblo escogido. No sirven al pueblo escogido de Dios ni cumplen con sus deberes para devolver el amor de Dios. Avanzan por aguas peligrosas y ya andan por el camino del anticristo. Si no cambian sus caminos, serán echados y eliminados por Dios”. “Sólo aquellos que aman verdaderamente a Dios tratarán al pueblo escogido de Dios con un corazón amoroso. Este es un hecho. Aquellos que no aman al pueblo escogido de Dios y no son capaces de tratarlos de manera justa y de acuerdo con los principios de la verdad ciertamente no aman a Dios. Sólo aquellos que aman a Dios verdaderamente pueden amar a otros como se aman a sí mismos. Los que no tienen amor por Dios son definitivamente incapaces de amar a los demás. Los que aman a los escogidos de Dios ciertamente son capaces de amarlo a Él; no cabe duda” (‘Debes experimentar el ingreso de la realidad de la verdad de la palabra de Dios para obtener la perfección de Dios’ en “Provisión para la vida – Recopilación de sermones”). Al ver estas enseñanzas, mi corazón se sintió castigado. Me di cuenta de que ya me encontraba en territorio peligroso, yendo por el camino del anticristo. También me di cuenta de que no era capaz de tratar a las hermanos y hermanas de manera justa y con un corazón amoroso. Esta no era una demostración momentánea de corrupción, sino una señal de mi naturaleza venenosa y astuta. La raíz de mi problema era que no amaba a Dios en mi corazón. En todos mis años de fe, todavía no había alcanzado la mínima realidad de la verdad y aún tenía que dar un paso en el camino de la perfección de Dios. Sólo aquellos que aman a Dios pueden ser considerados con Su intención y conocer lo que a Él le preocupa más. Sólo aquellos que aman a Dios se preocupan por lo que a Él le preocupa y tienen Sus pensamientos, se esfuerzan por completo para llevar a los escogidos de Dios hacia el camino correcto de la fe. Los que aman a Dios pueden seguir el ejemplo de Cristo al cultivar un corazón compasivo y piadoso, al tolerar a otros con un corazón paciente y amoroso. Sólo aquellos que aman a Dios pueden llevar a cabo la misión que Él les ha confiado; se sienten inquietos a menos que hayan servido a la casa de Dios y son incapaces de enfrentar a Dios hasta que hayan solucionado los asuntos de Sus elegidos. Así, son conscientes de lo que los hermanos y hermanas carecen y de lo que necesitan. Pueden identificarse con el sufrimiento de ellos y dar todo para hacer las cosas bien. En cuanto a mí, no tenía el amor hacia Dios en mi corazón y, por lo tanto, era incapaz de amar a los hermanos y hermanas. Todo lo que amaba era mi beneficio personal. Lo único que me preocupaba era mi propia reputación y posición. Como resultado, traté a los hermanos y hermanas fríamente. Cuando mis propios intereses estuvieron en juego, incluso discipliné, reprendí, castigué y busqué vengarme de otros para desahogar mi propio enojo. Vi que era una malvada testaruda. En el pasado, lo de arriba dijo en una comunión que cuanto mayor sea la posición de uno como líder o trabajador, mayor debería ser el deseo de ser una persona más modesta. Cuanto más grande es la tarea, más deben ofrecerse como siervo de los escogidos de Dios. Sin embargo, no sólo que no me ofrecí como sierva, sino que como parte del equipo del gran dragón rojo, acepté y autoricé a todos aquellos que servían mis intereses y compartían mis opiniones mientras reprimía y excluía a cualquiera que yo percibiera como peligroso. Como un monstruo malvado, di vueltas arrancando a cualquier inconformista. Al recordar mi condición en ese tiempo, sentí una profunda sensación de vergüenza. Sólo entonces me di cuenta cuán despreciable era mi naturaleza. Si iba a continuar cumpliendo con mis deberes con tal carácter satánico, al final quedaría expuesta y sería expulsada por mis actos malvados.
Agradezco a Dios por Su misericordioso regalo. Si no fuera por la revelación de Dios, nunca hubiese reflexionado sobre mis propias acciones y quizá hasta hubiese perpetrado más actos de maldad. También experimenté la compasión y el amor inmensos de Dios. Dios no me castigó por lo que había hecho; lo que significa que Dios aún me está salvando. Prometo buscar la verdad con fervor, reflexionar sobre mis transgresiones pasadas y poner un esfuerzo renovado en entender mi propia naturaleza para desenterrar aquellos aspectos que no son compatibles con Dios. A través de la iluminación y la guía del Espíritu Santo y motivada por la culpa en mi consciencia, finalmente dejé a un lado mi vanidad, y desaté los grilletes de la oscura influencia de Satanás. Las hermanas y yo nos pusimos al descubierto inocentemente, señalamos los elementos satánicos en cada una y llegamos a un entendimiento más profundo de cada una. Sentí como si hubiese salido repentinamente de las tinieblas a la luz. Había experimentado la felicidad que viene de practicar la verdad y de avergonzar a Satanás. Me sentía mucho más relajada, mi corazón estaba más ligero, y no sentía ninguna culpa en mi consciencia. Al estar en comunión con las hermanas, ya nadie se sentía limitada. Todas podíamos exponernos sin inhibiciones. De repente, solté este himno de experiencia de vida: “En la casa de Dios, nos encontramos”: “En la casa de Dios, nos encontramos; un grupo de personas que aman a Dios. Sin prejuicios, unidos, corazones llenos de felicidad. Ayer dejamos culpa y lamentos; hoy nos comprendemos, en el amor de Dios. […] En la casa de Dios, nos encontramos, pero, pronto nos separaremos. Cargados con comisión y voluntad de Dios, nos separaremos para la obra de Dios. Reunidos reímos y hablamos felices. Cuando partimos, nos animamos los unos a los otros. El amor de Dios nos hace fieles hasta el final. Por un futuro hermoso haremos lo que podamos”. Cuando cantaba el himno rompí en llanto. Al haber caído presa de la naturaleza corrupta de Satanás en mi interior, me había sentido acosada por un profundo remordimiento. El hecho de que las hermanas y yo pudiésemos alcanzar un entendimiento mutuo hoy en la presencia del amor de Dios y que nos amaramos la una con la otra como una familia es un testimonio de la obra de Dios en nuestras vidas. Su juicio y castigo nos conquistó y nos salvó de una profunda corrupción. Cuando llegué a la parte que dice: “pero, pronto nos separaremos. Cargados con comisión y voluntad de Dios, nos separaremos para la obra de Dios”, mi corazón se entristeció y ya no pude cantar más. Sentí un remordimiento aún más profundo por haber sido corrompida por Satanás y, por haber insultado y evitado a la hermana, y provocarle un daño irreparable con una intención malvada. También había interrumpido la obra de la casa de Dios… Sólo deseaba que este discurso de angustia plantado en mi corazón y que la pena se transformara en poder y determinación para corregir los errores del pasado a través del cumplimiento de mis deberes. Una vez que cambié por completo mi condición, vi que había mucho que podía aprender de la hermana. Ella es muy humana y lleva la carga de todos sus deberes. Estas son sus fortalezas, las áreas en las que me supera. Pensé en un pasaje de la enseñanza: cuando las personas están unidas, pueden convertir el polvo en oro. Prometo volver a empezar con las hermanas, inspirarme en sus fortalezas y compensar sus debilidades. Voy a entrar en la verdad con ellas, y a compartir la carga de nuestros deberes para completar la misión de Dios. Creo que si somos un sólo corazón y una sola mente y combinamos nuestros esfuerzos, ni siquiera los peores reveses o calamidad nos van a desalentar y vamos a obtener la bendición de Dios en todo lo que hagamos.
Mediante esta experiencia, no sólo llegué a entender verdaderamente mi humanidad y naturaleza, sino que también vi cómo mi comportamiento indicaba que estaba yendo por el camino incorrecto. Me di cuenta de la seria importancia de que los líderes teman a Dios y se aparten del mal, que busquen la verdad y reconozcan la obra de Dios, que vivan humanamente y que traten a las personas de manera justa. Estas acciones determinan el camino que uno toma en el servicio a Dios. De ahora en adelante, prometo buscar la verdad y conducirme de acuerdo con la verdad y los principios para poder ser pronto compatible con Dios.

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